Para Lopa
Una Vida me Bastó
Estoy muerto. Eso ya lo sabía, creo que desde que nací, sí. Nací con la certeza de estar muerto y no pecar de angustia ni de agonía, tampoco buscando esperanzas en los libros ni en los pensamientos, fielmente apegado al sentimiento de vacío, vaciando la basura, la caneca y la cabeza, tan alejado de esas ideas crédulas de futurismos, muerto desde la vanguardia, eso, la quintaescencia de la vanguardia, la vanguardia misma, la vanguardia de la muerte.
Todo eso tan necesario e inocente, que desde mi ignorancia infantil me deslicé hasta la senilidad adolecida e indecente, saltando desde los brazos de mi madre y luego golpeándome contra el suelo, procurando no esconderme tras sus enaguas y así, no esperar sus abrazos ni sus besos de buenas noches. Con la mancha sanguinolenta sobre el asfalto me enteré de mi destino, mientras un cardenal rojizo y aletargado se escurría por mi rostro y, al llegar a mis labios se me abrió el panorama completo de la vida misma, entendí la inutilidad de la noche y su existencia, la necesidad pujante de la niebla tras el paso de mis pasos, la estela que voy dejando tras el rastro, mi rostro, rastrojo, guiñapo, filipichín, pedazo deshuesado de humanidad que en cualquier traje es tan intrascendente, tan injustificable que hasta me da rabia, y más rabia me da el relativismo y el facilismo con el que le dicen – Haga lo que quiera –, que aquí no necesitamos más gente que se pregunte estupideces, ni tampoco nobles caballeros que las practiquen, ni sabios de lo inmovible, el panorama es cada vez más negro si nos quedamos en la cabeza y no damos el salto hacia la irracionalidad, la verdadera razón de ser que se halla oculta, tras la máscara esquizoide que le han colocado los del parlamento del ojo reptil, los gusanos tras la verja que ya perdieron su llave, se les olvido que todos tenemos copias y ahora nos movemos cabalgantes.
Este sueño agitado y pueril, esta empresa inservible de ser humano, para ser algo más que eso, como si ese algo justificara la insensatez misma de la mera existencia, como cuando pongo un par de palabras de más, sin tener claro el hecho de que querer ser más claro, o coloco un par de tonos extras o, unas noticas al final del pentagrama para completar la sincopa del primer compas. Y hablo de esto, de arte, porque quise ser artista para justificarme el hecho de respirar, y ahora que no lo hago o lo hago a cabalidad, me doy cuenta de lo mediocre que es la mayoría del material que anda suelto. Yo con mi ojo avizor, mi ojo de águila, mi nariz ¿aguileña? Mi oído suprasensible que capta distancias y tonos, y escalas, palabras, mares, sonidos, mares de sonidos, sonidos de mares, de olas, de crestas, melenas, tigresas, leonas, águilas, costeñas, rubias, quiteñas y azuladas, no percibió el sonido del gatillo, y mi nariz no saboreó el olor de la pólvora, así como tampoco vi la mancha de sangre en el suelo estrellado.
La noche que del corazón se extiende tremebunda, ronda cielos y cabezas, rapadas, cortas y angostas, guerras de rapiña en el supermercado, asaltos de comida con comida, de huesos, tendones, carnes desgarradas y torcidas, desangrantes y venenosas, tan añejadas que da miedo olerlas. Pero con la luz adentro, cabalgante y algo malmirada, una sonrisa de sorpresa que nos espera en la mañana, y eso es casi mañana. Y del delirio saldremos agradecidos, de la fiebre alejados como maíz rozagante, rubios granos del sol que se siembran en boca grasienta y húmeda, listos para florecer en huertos sin dueño, como cualquier mata, raíz, junco o maleza.
El aire puro que se exhala, se purifica en el interior, dando vueltas por una manzana empuñada, cebando vistas, piedras, maderos y flores. Puertas y adoquines de mármol enmudecido, mejor dicho silencioso, que permiten al limón pensar y salir de su amarga embriaguez, de una vez por todas, para que la oleada se abra paso por entre el valle y el pueblo, en un amanecer resplandeciente el tono gris desaparece, las caras lucen rozagantes brillos insospechados, luces divertidas y extasiadas, libres y sonrientes por entre el lago interior.
El rio que no es de horror se navega fácil, dócil y pausado, al ritmo de los canarios, fluye y es retroactivo, auto existente de la noche azul, la maravilla de un alma celeste, colocada en el suelo terco de la tierra-mundo. El torrente sanguíneo iluminado por la llama trina y no terca, del azul, el rojo y el blanco, tan lejos de los tonos verdes escamosos, peregrina puro entre tinieblas de humos extraños, añejos y lunáticos, babeantes, pero la llama continua alumbrando el desierto enrojecido, el camino atomizado de Vitrubio.
Y así, en una tarde cualquiera que despunta al verano, decidí llevarme el caño a la sien y… Bang Bang Bang… Terminar con este chiste de vida, llamado ¿vida? Un nuevo sol resplandece aquí mismo, y se despliega por entre mis palmas y desciende por mis extremidades. El sexo infantil, relajado, recostado, aun se baña en abril, y no necesito marfil para caminar airoso por ente el palmar. Solo se baña en sal de sirena blanca, en agua azul y jabón de tierra.
Lo vi empuñando su arma, colgado de la libertad caminó pensativo, sin ningún solsticio bajo sus estrellas, mojándose los labios con una dulce brizna veraniega, una lluvia fértil entre el camino incierto del No- Sin retorno, acostado en el retoño del cemento, del prado, el cielo impetuoso que nos libera de este funesto encierro. El humus (sardónico) del destierro ya no hace mella, ni ramplonamente en la dicotomía, ni en el silencio de una canción mal puesta, tampoco dentro del alma.
La calle húmeda seca, desplomada entre rocas, adoquines del mismo sendero vidrioso, arcoíris arenoso sobre las dunas del desierto, calentadas por el fuego interno de la misma llama trina, no portón trinitario, porque siempre fue un arco, siempre fue un cielo. Entre rocas no morí, pues me bastó con una vida.
Carpintero junio de 2011